Corría la primera década de los 2000 y empezamos a oír hablar de un nuevo superalimento ancestral, proveniente de América Central, de países como México, Nicaragua o Costa Rica.
Origen
Las semillas de chía tienen una historia milenaria en civilizaciones de México y otros países. Se dice que, antes de la colonización, era uno de los tres cultivos más importantes en esa zona: las semillas de chía, el maíz y los frijoles eran los tres pilares de la dieta de algunas civilizaciones.
Era una planta cuyas semillas parecían pequeños huevos, semillas ovaladas, pequeñas y resbaladizas. Se destacaba que tenían propiedades fantásticas, aunque aún no eran muy conocidas en nuestra dieta Mediterránea. Eran las semillas de chía.
Sus propiedades
Decían que introducirlas en nuestra dieta nos aportaría todo tipo de beneficios: un alto contenido en ácidos Omega 3, para proteger el corazón; mucílagos, una sustancia excelente para regular el tránsito intestinal; y claras propiedades antiinflamatorias, útiles para tratar gastritis e inflamaciones intestinales; ¡entre muchos otros aportes saludables! Como un alto contenido en proteína vegetal.
El interés por la alimentación saludable, sencilla y fácil estaba creciendo. Y muchas personas se apuntaron a probar este y otros ingredientes para enriquecer nuestra dieta.
Han pasado los años y la chía se ha convertido en una fuerte aliada en nuestra cocina Mediterránea. La usamos en desayunos, postres; para hacer masas, batidos, sopas, puddings y pasteles. ¡Hemos caído rendidos a sus pies!
Actualmente, esta semilla se consume en todo el mundo, y entre los países productores destacan Argentina y Bolivia.
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